Hace unos días, Artur Aparici, un amigo y colega de la universidad, me mandó un texto muy interesante que quiero difundir aquí. Se trata de una carta con una serie de compromisos personales que puede adoptar el profesorado para salvar la universidad. En Scribd hay una traducción al castellano, que copio más abajo para comodidad del lector/a, pero el original en francés se puede leer aquí (también en formato PDF). Y también hay disponible una versión en catalán. Si te parece conveniente, difúndela.
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Carta de la “desexcelencia”
En los inicios del siglo XXI, la excelencia es una idea omnipresente. La encontramos en la empresa, en el deporte, en la alimentación, en la televisión, y ha llegado hasta la intimidad de nuestros hogares. La excelencia expresa la superación personal, el crecimiento continuo del rendimiento y del éxito en un mundo en el que se extiende la idea de que nos hallamos frente a un profundo cambio donde solo los más fuertes sobrevivirán.
Recuperada por la política neoliberal y por el mundo empresarial desde los años 80, la excelencia se apoya en un lenguaje mágico y seductor que despierta cierta sonrisa ya que hay mucha distancia entre los eslóganes de los nuevos managers y la realidad que tratan de construir. Sin embargo, esta sonrisa desaparece cuando analizamos los efectos concretos de una gestión de las cosas basada en la idea de la excelencia: hipercompetitividad, desvalorización de los saberes construidos sobre la experiencia, modificación continua de las prácticas profesionales, precariedad, evaluaciones estandarizadas, todo ello provoca efectos negativos de desmotivación, baja autoestima y disminución de la calidad del trabajo.
Aunque en la universidad la idea de la excelencia ha llegado más tarde que en otros ámbitos, muchos dirían que ha sido acogida con los brazos abiertos, con la fe del converso. En el agitado proceso de Bolonia, que consagraba la competitividad entre las universidades europeas, se hacía necesario cuidar la propia imagen de marca universitaria, transformar la propia institución en una máquina de guerra capaz de absorber mayores fondos y los mejores estudiantes y profesores para poder posicionarse en los lugares de prestigio de los ránquines globales. En un contexto de crisis y penuria, la preocupación por la financiación ha impulsado aún más los sistemas de gestión de la investigación y la enseñanza basados en indicadores.
Tras una década de reformas ininterrumpidas, se observa en la actualidad un progresivo deterioro y no una mejora de la institución universitaria. Es cierto que se ha crecido en capacidad de comunicación, en capacidad de producir indicadores de excelencia que llevan a algunos a mejores posiciones en los sistemas de clasificación. Pero todo esto no garantiza que haya mejorado la calidad de nuestro trabajo. Peor aún, estos crecimientos esconden muchas veces una bajada de dicha calidad: mercantilización del aprendizaje, sustitución de saberes teórico-reflexivos por saberes instrumentales, declive del espíritu crítico, especialización extrema de campos y líneas de investigación, fraudes en la investigación, etc. Tras la fachada de cartón piedra, la política de la excelencia lleva a un resultado exactamente inverso al que trata de promover.
Esta constatación lleva a proponer la idea de “Desexcelencia”. Lejos de querer significar un llamamiento a la mediocridad o la pereza, la desexcelencia invita a preocuparse por la calidad real y efectiva del trabajo en la universidad, de modo que seamos conscientes de la naturaleza del trabajo que realizamos y de la satisfacción que puede producir. Según este enfoque, inspirado en el trabajo artesanal, la calidad se cultiva conciliando el acto y el sentido, lo que pone en cuestión la actual gestión de las universidades. El llamamiento a la desexcelencia no reivindica la vuelta a ninguna edad de oro sino que invita a criticar la actual evolución fallida de las universidades.
¿Para qué una “carta de la desexcelencia”?
A lo largo de la década pasada se han hecho oír en el mundo académico en Francia y Bélgica, numerosas voces críticas que han denunciado las prácticas de la excelencia en la investigación y la docencia. Entre otras propuestas, se ha preconizado ralentizar –Slow Science– y repensar los valores en el mundo universitario de cara a alcanzar un trabajo de mayor calidad: trabajo compartido, honestidad, gratuidad, satisfacción con el trabajo bien hecho.
Se han promovido múltiples llamamientos con miles de firmas de apoyo en todo el mundo. Este hecho es satisfactorio, pero se hace necesario ir más allá de la firma, la sensibilización y la denuncia. Es preciso que cada uno reflexione sobre el lugar que ocupa en la reproducción de la ideología de la excelencia. Se hace necesario conocer la responsabilidad personal en el desarrollo de esta lógica y saber hasta qué punto formamos parte y colaboramos en el funcionamiento de está mecánica. Cuando aceptamos ciertas reformas generadas en nombre de la excelencia, cuando cumplimos las imposiciones que esta nos reclama y la carrera competitiva que impone, nos convertimos en actores de nuestra propia destrucción.
Una forma de salir de estas contradicciones es transformar nuestras maneras de ser y actuar y poner en práctica nuestros valores y no solo hacer llamamientos a las autoridades educativas, que parecen más reocupadas por la imagen que por el funcionamiento real de la universidad.
Con esta finalidad nace la carta de la desexcelencia. Es fruto de una reflexión colectiva que pretende abrirse a la participación de todos. Una reflexión que busca sustituir la ilusa meta de la excelencia por la idea de un trabajo honesto y bien hecho en el marco de una universidad pública, democrática y accesible, algo muy diferente a las tendencias que hoy se abren ante nuestros ojos.
Más allá del debate, aceptación y firma de esta carta, se pretende su difusión a través de la apropiación personal y crítica de su contenido y mediante la adopción en la vida académica de cada uno de nosotros: en la docencia, en la investigación y en la gestión. Las proposiciones que contiene la carta pueden ser moduladas en función de los perfiles individuales y de las posibilidades de acción de cada uno. Por más que les pese a los nuevos managers de la universidad, hay múltiples intersticios en los que se desarrollan formas de resistencia muy diferentes. Desde esta carta no se hace un llamamiento al suicidio profesional a través de su cumplimiento a rajatabla. Proponemos que esto pueda ser modulado dependiendo del margen de maniobra de cada estamento académico. Para lograr una comunidad universitaria basada en el diálogo y la solidaridad, lo ideal sería su máxima extensión.
DOCENCIA
La enseñanza es una misión esencial de la universidad. No es un producto de consumo sujeto a normas de rentabilidad.
Consecuentemente, me comprometo a:
– Defender la libertad de acceso de los estudiantes a la universidad.
– Oponerme a la organización de áreas de conocimiento basadas en fenómenos de moda o de mayor número de alumnos.
– Denunciar los discursos y dinámicas que están transformando las universidades en instituciones estrictamente profesionalizantes, prometiendo la adquisición de competencias directamente operacionales.
– Rechazar el trato a los alumnos como si fueran clientes o consumidores. Más en concreto:
-Llevando al centro de la docencia dinámicas de construcción del saber poniendo en marcha dispositivos pedagógicos que permitan la construcción conjunta de saberes –seminarios conjuntos entre asignaturas, trabajos prácticos-.
– Luchando contra la infantilización de los alumnos en los procesos de aprendizaje que va aparejada con la estandarización de contenidos y de las expectativas. Ello impide el desarrollo de la curiosidad y del espíritu crítico.
– Evitando la estandarización de las formas de evaluación.
– Mantener una exigencia intelectual hacia los estudiantes, explicándoles sus obligaciones y responsabilidades en materia de trabajo personal y exponiéndoles los objetivos y las exigencias de los cursos, discutiendo con ellos la organización de los contenidos y recogiendo información para valorar el efecto de la docencia y planificar cursos sucesivos.
– Crear una enseñanza reflexiva que permita al alumno construir herramientas para interpretar mejor el mundo.
– Rechazar los listados de “competencias” que no tengan como principal objetivo la expansión personal e intelectual de estudiantes y profesores mediante la construcción de saberes (pensamiento), saber hacer (métodos) y saber estar (valores).
– Promover reflexiones pedagógicas colectivas a escala departamental para contener la creciente estandarización actual de la enseñanza.
– Velar porque las líneas pedagógicas institucionales centralizadas no caigan en las mencionadas formas de estandarización docente y de uniformización tecnológica de la pedagogía.
– No promover o participar en cursos, o tipos de formación que puedan producir una discriminación económica.
– No seleccionar nuevos profesores o nuevas promociones que se basen únicamente en su experiencia de investigación y publicaciones o en su capacidad de movilizar fondos de investigación. Las capacidades pedagógicas han de ser una prioridad para contratar docentes.
– Valorar la experiencia profesional en las contrataciones solo cuando esta beneficie a los alumnos y a la investigación.
– Exigir que cualquier procedimiento de evaluación externa o interna de la docencia tenga claramente especificados sus criterios y objetivos y recoja los puntos de vista de los evaluados sobre la cuestión.
INVESTIGACIÓN
Para nosotros, la investigación genera conocimientos diversos y abiertos. No es una empresa productivista y utilitaria. No tiene como finalidad la fabricación de productos acabados.
En consecuencia, me comprometo a:
– Considerar la investigación y la docencia como inseparables, tanto en los principios como en la práctica. La investigación se enriquece con el dispositivo pedagógico y este permite la transmisión de conocimientos y el surgimiento de nuevas preguntas de investigación.
– Defender la libre elección de temas de investigación, sin imposiciones basadas en criterios de rentabilidad.
– Rechazar las actuales lógicas de evaluación y clasificaciones que ponen en competición a los investigadores y a los grupos de investigación haciendo que peligre el trabajo colaborativo. En concreto, me comprometo a:
– No dar validez a los ránquines internacionales, cuyas finalidades y métodos deben ser discutidos.
– No participar o someterme a evaluaciones que no se correspondan con autoevaluaciones decididas por los propios grupos de investigación. Lo que significa que los criterios de evaluación hayan sido discutidos colegialmente y lleven a evaluar objetivos pensados conjuntamente.
– No aplicar sistemas de evaluación en la universidad que provengan de otro tipo de evaluación concebida de manera estándar para otro tipo de organizaciones (como empresas, por ejemplo).
– Rendir cuentas a la sociedad, pero sin que esto cree una dependencia de la demanda social o privada. Es necesario defender la perspectiva de una investigación a la escucha del mundo, pero lo suficientemente autónoma para que su agenda no venga marcada por otras finalidades.
– Respetar las reglas en cuanto a la contratación y promoción del profesorado.
– No primar procedimientos de contratación que desfavorezcan a los candidatos “locales”
– Eliminar la hegemonía de baremos cuantitativos (número de publicaciones, índice de impacto, factor h…). Reintroducir prioritariamente los procedimientos cualitativos que se centren sobre la valoración del contenido de los expedientes.
– No utilizar el postdoctorado en el extranjero como criterio de selección (es claramente discriminatorio para las mujeres y los menos favorecidos económicamente)
– Para los procesos de selección, contratación y promoción, creación de formularios y procedimientos abiertos que den cabida a la argumentación y la expresión de los méritos de manera argumentada y no sujeta a número de caracteres u otras limitaciones por los procedimientos informáticos al uso.
– Promover ayudas accesibles a aquellos que no alcancen las contrataciones
– Promover que los procesos de movilidad en la investigación se acojan a programas financiados.
– No sometimiento a la obsesión productivista en materia de publicaciones. Crear medios para que las investigaciones largas no se vean discriminadas por esta obsesión de publicar rápido. Facilitar la difusión de la investigación al conjunto de la sociedad.
Lo que implica:
– Apartarme del uso de indicadores bibliométricos en la gestión de las carreras y en la selección de los proyectos de investigación.
– Evitar obsesionarse con la posición ocupada en el marco muy cuestionable de los indicadores bibliométricos (índice h, factor impacto…) o con la posición ocupada por otros colegas.
– Reflexionar junto a los investigadores más jóvenes sobre los peligros de una investigación basada en la ideología de la excelencia que da prioridad a la cantidad y la rapidez por delante de la calidad y el contenido.
– Favorecer la publicación de textos de síntesis (en artículos, libros o capítulos de libro) y no la reiteración o clonación de artículos con vistas a inflar el curriculum.
– No firmar artículos en los que no haya tenido un papel activo en la investigación y la escritura.
– Favorecer plazos de entrega largos en las convocatorias para conseguir mejores niveles de calidad en la escritura.
– Favorecer la escritura conjunta posibilitando la firma en nombre de colectivos y no de autores.
– No dar por supuesto el inglés como lengua de publicación
– Cuidar que los contratos de publicación no dejen nuestras investigaciones en manos privadas y con finalidades mercantiles.
– Publicar en Open Acces
– Publicar en revistas locales, regionales, nacionales y en las editoriales universitarias.
– Favorecer la discusión de mis investigaciones dentro y fuera de los medios académicos.
– Redactar y publicar resultados a disposición de medios y colectivos no académicos (revistas de asociaciones, por ejemplo).
– No dejar que mi trabajo de investigación me aleje de otros ámbitos de la actividad universitaria.
– Combatir la conversión de los grupos, departamentos o institutos de investigación en células empresarializadas:
-Favoreciendo la gestión colegial y democrática, demandando sistemas que la posibiliten
-Favoreciendo la existencia de estructuras interdisciplinares en la universidad.
-Favoreciendo diversas formas de vinculación de las personas a las unidades de investigación.
-Protegiendo y desinfantilizando la situación de los doctorandos. Promoviendo su participación paritaria y su libertad académica de elección en la investigación.
Igualmente, posibilitando una información lo más clara posible sobre sus expectativas profesionales en la universidad y eliminando en lo posible su precarización en todos los terrenos.
-Favoreciendo el uso público y no con fines personales de los resultados de investigación producidos colectivamente y con fondos públicos. Las investigaciones realizadas con dichos fondos pertenecen a la sociedad.
-Limitar las cargas administrativas que dificultan actualmente las tareas de docencia e investigación (informes, guías docentes, evaluación, coordinación, gestión de proyectos…)
-En los contratos de investigación realizados con entidades privadas, incluir, en la medida de lo posible, un uso abierto de los resultados.
GESTIÓN-ADMINISTRACIÓN
La administración es un componente esencial en el funcionamiento de la universidad. No ha de entenderse como el equipamiento pasivo y maleable de los nuevos managers universitarios.
En consecuencia, me comprometo a:
-Exigir una estructura administrativa suficiente con un trabajo satisfactorio en todas sus dimensiones: salariales, espaciales, formativas, organizativas.
-Velar por que las nuevas iniciativas de docencia e investigación no se planifiquen sin contar con los medios que aseguren su correcto desarrollo.
-Contar con los puntos de vista y recomendaciones del personal administrativo
-Reivindicar un peso creciente de la esfera administrativa en las tomas de decisión.
-Valorizar y movilizar recursos internos en materia de organización del trabajo y de gestión en vez de recurrir a consultorías y servicios externos.
UNIVERSIDAD SERVICIO PÚBLICO
Las universidades tienen una misión de servicio a la colectividad. Son, y deben seguir siendo, un lugar abierto y conectado a la sociedad. Sin embargo, este servicio no debe reducirse a cubrir necesidades y demandas sociales marcadas por lo inmediato, decididas por los responsables políticos para su propia visibilidad personal o institucional. Tampoco es un servicio público de cara al mercado de trabajo o a las empresas para sus propias dinámicas de rentabilidad.
En consecuencia, me comprometo a:
– Defender la libertad de expresión de los miembros de la universidad, incluso cuando supongan una crítica a la institución universitaria.
– Apoyar los vínculos de la universidad con la sociedad (asociaciones, empresas, movimientos sociales) siempre que conlleven un beneficio y aprendizaje mutuo y un sentido de emancipación colectiva.
-Rechazar la visibilización personal o de la universidad a cualquier precio (por ejem. en espacios televisivos donde el formato televisivo hace imposible la explicación de argumentos complejos)
– Crear nuevos espacios y herramientas de discusión entre científicos y no científicos, que puedan generar nuevos encuentros y formas de comunicación y expresión del conocimiento.
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Curiosamente esta carta, en el fondo, cae en los mismos defectos que critica. Junto a aspectos y reflexiones (en cuanto a que sean eso) interesantes para un debate en profundidad, añade otras francamente regresivas. Entre discutir y reducir el protagonismo de los rankings y promover las publicaciones en la hoja parroquial de la localidad cabe un mundo. Al final, se acaba proponiendo una especie de catecismo cargado de ideología y con exceso de visión religiosa. Sin que la referencia a la excelencia deba constituirse en mito, lo que ha impedido la mejora de la calidad de las universidades (en todos sus aspectos: docentes, investigadores, de gestión administrativa, etc.) no ha sido la búsqueda de la mejoría, sino la falta de medios para hacerlo., por un lado, y la hostilidad interna a cualquier intento. No hay nada negativo, sino todo lo contrario, en aspirar a la excelencia, lo cual no es otra cosa que aspirar a mejorar.
¿»Catecismo cargado de ideología»? A mi entender, lo que propone la carta es no aceptar acríticamente, como si fuera el «orden natural» de las cosas, la versión neoliberal de la «excelencia» que en el fondo no es otra cosa que una carrera de ratas. Y es un ejemplo de manual que se perciba la ideología que subyace a la carta y no la que gobierna la universidad neoliberal. La unica justificacion de los investigadores «públicos» para publicar en la mayoría de las revistas internacionales indexadas y de pago, que no son sino meganegocios de unos pocos, es que no tienen otro remedio para lograr cierta estabilidad y seguridad en sus puestos de trabajo dadas las reglas de juego actuales.
El problema és que aquest concepte neoliberal d’excel•lència (junt amb altres com el d’èxit) no està present sols a la universitat. A l’escola ja podem trobar la competició com a manera de fer les coses, tenint en compte que per a ser millor es suposa que s’ha de xafar al que tens al teu costat. I així amb tota la societat en general. Tal volta si el canvi prové de la universitat es puga fer extensible a altres camps. No obstant, si als estudiants de magisteri s’ ens envolta d’aquestes realitats (tractament com a clients, competició, no reflexió sobre allò que fem etc.) és molt probable que aquestos models es reprodueixin a l’aula de primària i així s’assegura la continuïtat d’un sistema podrit.
Aliviado por no sentirme solo, ilusionado por iniciativas colectivas que puedan generarse a partir de estas ideas.
Hola, un saludo desde México donde – como es sabido – se «comparten» estas situaciones, las cuales vuelven a la educación superior no solamente un negocio sino que incluso tienen como consecuencia la dirección opuesta a la cual dicen dirigirse: la calidad. Los indicadores y certificados de calidad devienen simples negocios para aquéllos que los gestionan; sin embargo, no han contribuido prácticamente en ningún sentido a la construcción de un sistema educativo, ya no digamos justo o democrático, sino «mejor».
La lógica del negocio llega a ser tan grosera que se trasladan los costos a todos quienes participan en los procesos educativos desde los profesores, las comunidades y por supuesto, los alumnos. Resultando los dueños los únicos beneficiados.
En el terreno de la investigación hace falta reflexionar de manera directa sobre estos asuntos, ya que se han tornado temas incluso tabú, de manera que quienes los cuestionan son señalados y marginados.
Agradezco tu texto y espero que podamos mantenernos en contacto intercambiando ideas, acciones y reflexiones. Mientras tanto, comparto tu texto en una comunidad de pedagogos y pedagogas del mundo (fb: pedagogos del mundo).
Saludos, Karina.