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Carles Bellver: Leer y escribir después de los libros

Leer y escribir después de los libros
Carles Bellver
Net Conexión, nº 6 (1996)

Este artículo fue escrito por Carles Bellver para el número 6 de Net Conexión. Se reproduce aquí por su interés y para preservarlo de la previsible desaparición de su ubicación actual.


Argumento

El World-Wide Web es un proyecto de sistema hipertexto distribuido globalmente. Su creciente aprovechamiento como medio de publicación cambia nuestra experiencia de la lectura: cómo y qué se lee, y desde luego tiene que cambiar también la manera de escribir. Las consecuencias son diversas e importantes. La magnitud de estas transformaciones es tal que es improbable que perduren las nociones tradicionales de ‘obra’ y ‘autor’. Los cambios son ya igualmente revolucionarios por lo que respecta a las vías de publicación y el mecanismo de derechos de autor. No podemos saber qué nos deparará el futuro en ninguno de estos campos. Pero, habida cuenta de lo que tenemos ya entre manos, puede que quede poco espacio para lo que ahora llamamos libros.


Contenidos

  • Lo que se lee en el WWW
    • Y además: El texto electrónico y Del texto al hipertexto.
  • Cómo escribir para el WWW
  • ¿Obra? ¿Autor?
  • La democratización de los medios
  • ¿Derechos de autor?

Lo que se lee en el WWW

El lector familiarizado con el WWW está al corriente de las diferencias entre el medio impreso tradicional y el hipertexto. La tecnología de la imprenta ha favorecido una lectura lineal, predeterminada por el autor. Un libro o un artículo de revista, en principio, se leen de cabo a rabo, una página tras otra y un párrafo tras otro. Están escritos de ese modo y es así como se entiende lo que cuentan. Si los leemos de otra manera, por ejemplo saltando de un fragmento a otro hacia adelante y atrás, lo más probable es que captemos sólo parte del sentido, y que lo captemos sólo en parte, en el mejor de los casos.Sin embargo, la lectura fragmentaria, incluso azarosa, es una práctica corriente no sólo del lector accidental, sino también y sobre todo del connaisseur que ya sabe de antemano lo que busca en el texto. Los avances sucesivos de la tecnología del libro: las divisiones en capítulos, las tablas de contenido, los índices analíticos, las notas al pie y las referencias bibliográficas, etc., han tenido como objeto que el lector pueda ir directamente a donde quiere: al capítulo o pasaje del texto que habla del tema que le interesa, o a otros textos vinculados con aquél, por ejemplo.

Son modos de lectura habituales y a menudo indispensables, aunque algo rudimentarios y engorrosos. Una referencia a otro artículo en una página de una enciclopedia nos exige volver a buscar, quizá en otro volumen; una referencia en una nota al pie nos obligará a volver a la biblioteca o a la librería, y puede que tengamos que esperar días o meses a recibir el otro texto.

Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han servido precisamente para facilitar todo eso al lector. La disponilidad de textos electrónicos fue el primer paso. Pero el verdadero avance, lo que nos está conduciendo a una revolución, son las redes de hipertextos. La intuición original del equipo del CERN que inició el Proyecto World-Wide Web en 1989 fue que el problema de los vínculos entre elementos de información dispersos se podía abordar mediante un sistema de hipertextos distribuidos en redes de ordenadores. El resultado es lo que hoy en día ofrece el WWW: documentos cuyos enlaces nos pueden conducir a un cierto número de otros documentos y así sucesivamente, y consultas que generan los enlaces dinámicamente según nuestros propios intereses. Es el lector quien decide qué enlaces seguir o qué preguntas hacer. Al menos, eso es lo que el WWW hace posible, aunque, claro, no es oro todo lo que reluce.

El texto electrónico

Los archivos electrónicos han facilitado la búsqueda y el análisis del texto por medio de software, así como la reutilización y la recomposición de los textos. Un simple programa de edición con capacidad de hacer búsquedas nos permite localizar los fragmentos que nos interesaban, copiarlos, e insertarlos en una base de datos, en un artículo, o en un mensaje de correo.El texto electrónico fue el primer paso decisivo. El segundo y más decisivo ha sido el WWW, que añade la posibilidad del acceso a un red global de hipertextos. En el momento actual, esta posibilidad aún está empezando a aprovecharse.

Del texto al hipertexto

En 1971 Michael Hart comprendió que un texto almacenado en un ordenador sería accesible para cualquiera que tuviese acceso a dicho ordenador, e intuyó que esta posibilidad sería cada vez más relevante. Fue el inicio del célebre Proyecto Gutenberg, cuyo objetivo es publicar 10.000 textos en la red antes del año 2000.Se trata de una iniciativa propia de un momento de transición. El texto electrónico ha facilitado la búsqueda y el reciclaje de la información contenida en nuestros archivos. El WWW añade otras dos posibilidades cruciales: acceder a archivos remotos, y conectar unos con otros de diversos modos. De estas dos, sólo la primera ha sido ampliamente aprovechada por las publicaciones actuales. Se ha tratado, por el momento, de sustituir los aviones y las furgonetas: se utiliza la red como medio de distribución, sin variar las formas de lo que se escribe.

Durante años persitirá una diversidad de formas híbridas. Las versiones WWW de la mayor parte de los medios de prensa apenas utilizan el hipertexto para crear menús de sus secciones, pero ni siquiera introducen enlaces en el texto de las noticias. Por ejemplo, AVUI o El Periódico. Pero la evolución podría ser rápida.

Cómo escribir para el WWW

Vannevar Bush explicaba en 1945 en As We May Think que nuestra manera natural de pensar, de considerar un asunto, es por asociación. Captamos conexiones entre las cosas y nuestros pensamientos toman la forma de redes. Esa es la idea original que hay detrás del WWW: que los elementos de información estan vinculados de diversos modos no secuenciales, y que los ordenadores podrían ayudarnos a seguir esos vínculos.Pero las tecnologías tradicionales de la escritura y el papel impreso han impuesto modelos narrativos secuenciales. Poner los pensamientos por escrito ha consistido en ceñirlos a un hilo único, con pequeñas escapatorias momentáneas y precarias: paréntesis, notas al pie, etc. Eso es lo que hemos aprendido al aprender a escribir, y eso es lo que hay que desaprender al escribir hipertextos. Lo que hace falta es un esfuerzo para plasmar mediante enlaces y redes de textos las conexiones entre las cosas. Existen principios básicos, como los delineados por Tim Berners-Lee en su Style Guide for online hypertext.

Es comprensible que no todo lo que hay en el WWW en este momento de transición entre dos culturas sean verdaderos hipertextos. Aún así, con un poco de cuidado se pueden escoger buenos modelos. HotWired o CNN Interactive son publicaciones pensadas para el WWW, y no meros derivados del papel. Los textos se conectan unos con otros, e incluso es posible rastrear todo tipo de vínculos más lejanos por medio de bases de datos. Son, al menos, sugerentes anticipos de las publicaciones del futuro.

¿Obra? ¿Autor?

El WWW transforma nuestra experiencia de la lectura: siguiendo unos enlaces y no otros, podemos elegir un camino entre los textos que se nos presentan, o también podemos seleccionar un subconjunto de documentos de acuerdo con su propio criterio. En el fondo, está cambiando lo que se lee, y eso tiene consecuencias para las nociones comunes de obra y autor. El camino recorrido por el lector, o la selección de enlaces, los determina él mismo. No los determina, desde luego, ninguno de los autores de los documentos originales, ni mucho menos quienes los publicaron. Lo que lee finalmente (su secuencia o red de textos) no existía antes ni volverá quizá a existir. ¿Quién es entonces el autor? Esto puede ser un golpe más para un mito característico del mundo del libro. Nunca estuvo claro cómo un libro que ha sido escrito, recopilado, traducido, anotado, ilustrado y desde luego leído y entendido de diversos modos por diversas personas, podía reclamar en su portada una autoría unitaria y casi metafísica. Pero en cualquier caso en una red de hipertextos el papel del lector es tan activo en la configuración de lo que se lee que la autoría queda cada vez más arrinconada en los fragmentos individuales: cada documento lo ha escrito quien lo ha escrito, pero un conjunto de documentos de procedencias distintas, seleccionados y conectados por el lector, ¿quién lo ha escrito?¿Derechos de autor?

Las facilidades de publicación y reutilización del texto que conlleva el WWW, y la consiguiente dispersión de la obra, debilitan, desde luego, los llamados derechos de autor. No es sorprendente. Se trata de un concepto vinculado a un producto tecnológico concreto: el libro impreso. Antes de la imprenta copiar y repartir un manuscrito ajeno se consideraba un acto de mérito. Contribuía al arduo propósito original, que no era otro que la difusión del saber. Es claro que el primer derecho de un autor es el de publicar sus textos. Desde este punto de vista los presuntos problemas que plantea la red (la facilidad de copiar y reutilizar los textos, etc.) no son tales, sino al contrario, nuevas y poderosas ventajas. La justificación de los derechos de autor se encuentra sólo en un segundo nivel, por más insoslayable que sea. Se trata de la remuneración de los autores: que éstos cobren por su trabajo y puedan seguir subsistiendo y escribiendo. Pero si la red culmina un proceso de socavamiento iniciado por las técnicas reprográficas y convierte el mecanismo de derechos en obsoleto, habrá que idear alternativas. Propuestas como la de Nelson (que el autor cobre unos centavos cada vez que alguien lee sus textos) parecen pensadas a propósito para el WWW.La resistencia más importante a la redefinición de las nociones de autoría, propiedad intelectual y derechos de autor proviene de hecho de las editoriales. Son ellas las que se alimentan de este sistema y temen el progreso. Compran, contratan o usurpan los derechos de un autor a cambio de un reducido porcentaje de las ventas, que por otra parte es difícilmente controlable. Un contrato de edición estándar se plantea como cesión al editor de los derechos de edición, publicación y venta … en exclusiva. Los derechos de negociar la publicación de la obra en otros idiomas, la reproducción total o parcial de la obra por los medios de difusión, impresos, audiovisuales e informáticos, negociar los derechos subsidiarios … : prepublicación, serialización, antología y derechos de selección, ¡son explicitamente cedidos en exclusiva al editor!

O sea, que es el editor quien decide qué y cómo se publica, qué se incluye y qué no en una antología, si se hace una traducción o no, etc. ¡Cómo van a permitir que estos derechos vayan a parar realmente a las manos del autor y el lector! ¡Podría hundirse su negocio! El propósito de facilitar la remuneración del autor, si es que existió nunca, hace tiempo que fue traicionado por la industria editorial. En el boletín de noviembre del Proyecto Gutenberg Michael Hart hacía una broma libertaria. En un postscriptum anunciaba que había añadido a los archivos una obra sobre el copyright: el clásico de Proudhon Qué es la propiedad. La respuesta contundente de Proudhon era que la propiedad es un robo. Y podemos añadir que quienes lo cometen, en el caso de los libros, son los editores.

Los fragmentos enfatizados son citas literales de un contrato de edición.