Mientras estaba en Málaga en un curso de verano (naturalmente), circuló fotocopiada una columna de Fernando Jáuregui titulada «Ay, esos cursos de verano…». También he visto, al buscarla en Internet, que se ha distribuído profusamente por la prensa escrita a través de Europa Press. Como asistente, participante y, ocasionalmente, director de cursos de verano, me sorprendí mucho al leerla. Parece que el Sr. Jáuregui dió una charla en un curso de verano en el que: a) había poca gente, b) hacía mucho calor; c) a los asistentes no les interesó lo más mínimo lo que el Sr. Jáuregui les contó; y d) en la prensa local no apareció ningún artículo sobre la charla del Sr. Jáuregui:
Vengo de participar en un curso de verano en una universidad levantina. Al llegar, siempre me pregunto (y nunca aprendo) si el viaje y el tiempo invertido merecen la pena: dieciséis alumnos, presumiblemente cazados a lazo, escuchan con paciencia y grados diversos de interés lo que les cuentas. Uno o dos muestran mayor atención: sus créditos dependen de ello. El apasionamiento de los demás por el contenido de la charleta es variable: entre nada y menos que nada. Confirmas tus sospechas en este sentido cuando llega el turno de preguntas: a nadie le suscita la más mínima curiosidad nada de lo que has tratado de explicar, lo más brillante de tu repertorio.
Yo creo haber visto de todo, pero ganan por goleada los ponentes apasionantes, algunos han dejado incluso una huella indeleble en algunos de los asistentes… He visto alguna vez a ponentes mediáticos y a ponentes de los que los alumnos no habían ni oído su nombre antes de ese momento, y que los sedujeron y encantaron. En fin, dar una clase o una charla parece una actividad al alcance de cualquiera. Basta leerles unos folios a un público (que no tiene un mando a distancia en la mano). Pero no es eso, en absoluto. Es una profesión.
Hablar en público es una habilidad, que se puede cultivar. Hay oradores intuitivos, que han desarrollado solos o solas una enorme habilidad para interesar, divertir, apasionar, convencer, informar, etc. Todo lo bueno que debe tener una charla. Por otro lado, el conjunto de habilidades que pone en acción el conferenciante competente, se pueden aprender y ejercitar. Ir a leerles una cuartillas a los alumnos/as de una universidad de verano no suele provocar salidas a hombros, creanme. No es el currículum, es la pasión, la autenticidad y un mínimo de habilidad.
Siempre me he preguntado si estos cursos veraniegos que pueblan los recintos universitarios, y no solamente universitarios, de toda España sirven para algo más que para el culto del ego del docente (no mucho culto, porque a nadie le gusta que no le hagan puñetero caso) y para el divertimento del discente: me dicen que en estos fastos se liga bastante (los alumnos/as, claro). Por lo demás, en todos los años que llevo acudiendo a la llamada-canto de sirena de los cursos de verano no he conocido que en ellos se anunciara avance científico o cultural alguno, ni que de ellos saliera comunicación, libro o folleto de valía.
Bueno, de las clases en las universidades «de invierno» también salen pocos libros y folletos, no crea. De cada mil palabras que pronuncia un profesor medio, escribe solo una o dos. Es más, si da muchas clases, escribe pocos libros y folletos (de valía y de los otros). Por contra, cuantas menos clases, más tiempo para escribir libros. El día solo tiene 24 horas, incluso para los profesores. Desgraciadamente, medimos a los profesores solo por los libros y folletos que publican, sin considerar la calidad con la que contribuyen a formar profesionales y seres humanos… así nos va en la universidad.
Como cada año, éste también me he prometido no volver a caer en la tentación. … Pero sé que reincidiré: la carne es flaca y uno nunca sabe qué pasiones exóticas puede encontrar tras una charla en un aula agobiante de una facultad levantina sin aire acondicionado. Y, además, siempre existe la posibilidad de que te hagan una reseña, breve, demasiado breve, en el periódico local.
Acabáramos. Resulta que vas un curso de verano y… ni ligas, ni aparece sobre tí un extenso artículo en «el periódico local». No has conseguido hacerles comprender la importancia de tu conferencia para sus insulsas vidas provincianas. ¡Qué lástima! Ellos se lo pierden. Quizá estos indicadores de éxito sean demasiado exigentes: ligar y que hablen bien de tí en la prensa. Todo en un día. Aunque el Sr. Jáuregui es periodista y sabe que jamás se ha vendido un periódico más por hablar bien de nadie, ni de nada… ni siquiera de los cursos de verano (esto creo que lo sabe perfectamente).
¿Y si buscamos otros indicadores? ¿Qué tal si se te acercan algunos asistentes y te dan las gracias y te dicen que les ha gustado la charla o si te preguntan si puedes participar en unas jornadas que están organizando para el año que viene o si te dicen que ya asistieron a una charla tuya en otro sitio y que han hecho 800 Kms. para asistir al curso o que te escribirán un correo electrónico para que les envíes más información de un tema que has comentado porque le has sugerido ideas y enfoques nuevos o si te preguntan si podrían pasar un par de semanas en tu departamento de la universidad porque les interesa un proyecto que estás llevando a cabo?
En algunas universidades de verano, los alumnos rellenan cuestionarios de valoración del curso y los ponentes. No se si luego los órganos rectores hacen caso de las opiniones de los asistentes. Supongo que sí.
En fin, la verdad es que no siento lo más mínimo disentir del Sr. Jáuregui. Al contrario, me alegro muchísimo de disentir, de pasármelo estupendamente en los cursos de verano tanto si voy de alumno, de ponente o de director. Y de que lo mismo les ocurra, eso creo, a todos los que estamos allí. Soy consciente de que este texto es autoreferencial pero, ¡caramba!, acabo de regresar de un curso de verano de una estupenda universidad de verano (la UNIA en Málaga) y sigo en una nube: estoy encantado con la organización, con el interés y participación de los asistentes, con las charlas de los ponentes que he invitado (que han sido magníficas) y hasta con el aire acondicionado de la sala. La experiencia ha sido tan positiva que, ya finalizado el curso y en pleno fin de semana, los profesores y alumnos seguimos charlando en el aula virtual del curso y ya hay propuestas para seguir en contacto.
Debe ser que todos los cursos de verano no nacieron iguales.