Esta es la semana de los «eTextbooks», los libros de texto electrónicos. El viernes y sábado pasados estuve en Santiago de Compostela, invitado al fantástico seminario que dirige Xesús Rodríguez y que organiza Nova Escola Galega sobre evaluación de libros de texto y materiales didácticos. Este año llevaba por título «O libro de texto dixital. Que hai de novo?«. Y, sin ninguna duda es una buena pregunta.
El próximo martes 6 de marzo en el CENT organizamos un seminario dirigido al profesorado de la UJI y titulado «Ebooks i llibre de text«. Mi amigo Pedro Pernias también organiza un taller sobre creación de recursos docentes en formato de libro electrónico en la Universidad de Alicante y a buen seguro que hay más cosas relacionadas. Por ejemplo, Aníbal de la Torre escribió sobre el tema en su blog, (muy buena la metáfora de la fabada en lata), criticando que «el salto a lo digital no está ofreciendo valor añadido» y proponiendo cuatro condiciones que deben cumplir los libros de texto digitales.
Ya he escrito en este blog algunas cosas sobre libros de texto: en el 2010 les envié una carta a los editores de libros de texto y en 2011 comenté algunas lecturas sobre libros de texto. Pero ahora «toca» hablar de libros de texto electrónicos.
Mi tesis en el seminario de Santiago fue muy simple: los nuevos libros de texto electrónicos poseen todos los defectos de los libros en papel tradicionales, más los nuevos vicios «tecnológicos» derivados del miedo justificado de los editores a que les escape el control del producto de las manos. Los libros de texto digitales son «lo que pueden ser». Mi conclusión, en forma de pregunta, era: ¿tienen sentido los libros de texto en la era digital? La respuesta implícita, era, naturalmente, que no… al menos tal como os conocemos.
En nuestro país hay una abundante literatura crítica sobre los libros de texto y sus efectos en educación, especialmente en la escuela. Véase, por ejemplo, el excelente libro de Jaume Martínez Bonafé «Políticas del libro de texto escolar» o su propuesta sobre «¿Cómo analizar los materiales?» o el artículo de Miguel Ángel Santos Guerra del mismo título. Las críticas tradicionales al libro de texto se puede clasificar en los siguientes tipos:
- Ideológicas: habitualmente un tratamiento conservador y reaccionario de muchos temas, que contribuye al currículum oculto de la escuela, aunque, ¡sorpresa!, en España tenemos un ministro de educación que los ataca por ser demasiado «progres» en temas de Educación para la ciudadanía, como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero no voy a hablar de la ideología del ministro Wert… ni de su adicción a pronunciar titulares de prensa.
- Didácticas: muchas de las prácticas de enseñanza/aprendizaje que impone el uso de libros de texto son del S. XIX: exposición magistral o lectura del «tema», ejercicios de comprensión y memorización, trabajo individual y sincronizado, los mismos contenidos para todos, etc. Una buena amiga, Carme Barba, dijo una vez que los libros de texto ofrecen un final único del camino que es crear conocimiento, no un principio para explorarlo y recorrerlo.
- Epistemológicas: el libro es la fuente única de conocimiento verdadero y, por tanto, no contribuye a desarrollar epistemologías personales sofisticadas. «Conocer» es saberse las respuestas del libro, no investigar, contrastar hipótesis, buscar evidencias, etc. El conocimiento es verdadero para siempre y se adquiere fácilmente sabiéndose el libro.
- Desprofesionalización: basta ver los libros del profesor en Primaria para comprender la idea que tienen las editoriales del trabajo docente. ¡Si incluyen hasta lo qué tienes que decir en clase! A esto hay que añadir las programaciones genéricas prefabricadas, los solucionarios (para que el docente no tenga que hacer los problemas del libro), las fichas de ampliación y repaso, etc. Para entender los efectos de esta perspectiva, véase el artículo de Anna López Hernández titulado “Libros de texto y profesionalidad docente” publicado en el número 6 (2007) de la revista“Avances en Supervisión Educativa”.
- Económicas: El mercado de libros de texto es un ejemplo de mercado «roto» («broken market»), igual que el mercado farmacéutico. Y no lo digo yo. Lo dijo James P. Koch en 2006 en «An Economic Analysis of Textbook Prices and the Textbook Market«. ¿Los efectos?
- Los consumidores finales (estudiantes) no escogen el producto.
- El producto no lo paga quién lo escoge (profesores).
- El precio no cuenta en la decisión de compra.
- Resultado: precios insostenibles, concentración empresarial, prácticas de marqueting más que cuestionables, mala calidad del producto.
A las críticas a los libros de texto tradicionales se añaden ahora las derivadas de cómo se han «pasado» a formatos electrónicos. Los actuales «pasa-páginas» de PDFs «enriquecidos» en Flash no son producto de la ignorancia de las editoriales, son fruto de su miedo. Los «libros web» van un paso más allá, pero no mucho. La prioridad sigue siendo «amarrar» el contenido y evitar su libre distribución. Al hacerlo se paga un precio: limitaciones tecnológicas que no hacen sino entorpecer el trabajo de los usuarios. Algunos estudios ya lo han señalado (véase una revisión reciente en O’Hare y Smith, 2012)
Los bits y la red, el material y el hogar de los contenidos digitales, permitiría libros de texto:
- – Baratos: reproducibles a coste despreciable.
- – Ricos en contenidos multimedia.
- – Permanentemente actualizados.
- – Personalizables por el propio docente: desagregables, remezclables y reconfigurables.
- – Interactivos, no solo llenos de contenidos, sino también con herramientas para trabajarlos de manera colaborativa y «social».
- – Fácilmente «encontrables» en la red.
- – Hipertextuales, enlazando a contenidos de calidad disponibles en la red.
- – Accesibles.
- – Multiplataforma: disponibles en cualquier momento y cualquier lugar.
- – Creados colaborativamente.
- – Algunas otras características que se me olvidan.
Ahora, varios ejercicios para el lector: 1) Póngase en los zapatos de un editor de libros de texto y señale entre las características anteriores cuáles previsiblemente aumentarían sus actuales beneficios; 2) ¿Le seguimos llamando «libro de texto» a un producto/servicio que permita hacer todo esto?; 3) ¿Qué «habilidades» del actual editor son útiles en este nuevo escenario y serán comercializables en un futuro mercado de libros de texto digitales? Pues eso.
En conclusión…
Dejemos de pedir peras al olmo: los editores, desde el modelo de negocio actual, no van a producir libros de texto que aprovechen todas o la mayoría las posibilidades de la red y lo digital que nos interesan a los usuarios. Es como pedirles que se hagan el harakiri. Las innovaciones disruptivas jamás llegan de dentro de la propia industria del sector, (¡ni escuchando a los actuales usuarios!). ¿Será una empresa tecnológica, que entienda qué significa «digital» y que no tenga nada que perder si desaparece el mercado de libros de texto en papel, la que creará el nuevo «mercado»? ¿Apple? ¿Google? ¿Un nuevo jugador «tapado»? ¿Será el movimiento Open Textbook? El tiempo lo dirá, pero no soy muy optimista. Un libro de texto digital guay, libre, interactivo y multimedia puede ser tan nefasto como uno de papel en manos de un docente que lo emplea como única fuente de información, como verdad absoluta revelada y cuya única propuesta didáctica para sus alumnos es «sabérselo» a final de curso. ¡Eso es todo, amigos!